Diez mejores consejos para ser crítico literario por Miguel Espigado

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1. Analizar una novela casi siempre supone utilizarla para algo que no ha sido concebida; en vez de vivir en el edificio mágico que te acaba de abrir sus puertas, decides desmontarlo para desvelar el truco del ilusionista. Es una tarea desgraciada, que aniquila al crítico como amante de la lectura, pues le roba su mejor parte, que es la de vivir a través de la imaginación. Para resolver esta frustración, algunos deciden leer solo obras maestras, las únicas que les permiten una lectura apasionada, rendida al misterio del genio. Otros abandonan la crítica. Pero aunque lo dejes, las críticas se siguen escribiendo solas en tu cabeza. Sea como sea, si uno no es capaz de lograr un disfrute casi infantil con la lectura, está muerto como crítico literario, porque está muerto como lector. Tanto es así, que muchos exageran a propósito sus elogios para demostrar que no se han convertido en meros analistas profesionales. No hay peor enfermedad en este oficio que la pérdida de la inocencia, y con ella, la pérdida de la capacidad de vivir en mundos imaginarios, de sentir verdaderamente a través de las palabras de otros. Por tanto, la única manera de ser un buen crítico literario es conservar intacta la capacidad infantil de disfrutar con la literatura.
2. La vida humana es un repertorio de actos animales que se camuflan mediante protocolos tan sofisticados que apenas un psicoanalista puede desentrañarlos. Por eso, el crítico ha de mantener bajo control sus instintos de competición, agresividad o sumisión, y debe ocupar una posición muy segura en la vida para poner su auto-definición al margen de la literatura. Es cierto que existen criaturas muy especiales a las que sus padres querían mucho y han crecido sin inseguridades, sin miedos, sin complejos. Esas personas lo tendrían todo a su favor si no fuera porque no suelen tener capacidad de análisis, ya que ésta se desarrolla normalmente entre seres atormentados que necesitan entender el rompecabezas de su propia existencia para aspirar a una mínima felicidad. Se da la paradoja de que los tipos y las tipas más grillados emocionalmente también son los mejores analistas. Sin embargo, la única posibilidad de hacer bien este trabajo es que se resuelvan las chaladuras al margen de la crítica. Por desgracia, sin el aliciente patológico de usarlaa para definirse ante uno mismo y los otros, ¿qué motivación queda?
3. A veces se presupone que la literatura ofrece posibilidades ilimitadas. Pero lo cierto es que hay un momento de la vida en que uno ha leído ya demasiadas novelas, ha consumido demasiadas películas, en definitiva, conoce casi todas las posibilidades habidas y por haber de contar una historia. Llegados a ese punto, solo las verdaderas novedades conseguirán despertar al dragón. Sucederá como con el adicto que se ha acostumbrado al efecto de determinada sustancia. Seguirá buscando incansablemente algo que le ofrezca un chute al nivel de esas primeras lecturas fascinantes. La búsqueda, como tal, está llena de motivación pero también de frustración, y la obra de muchos críticos es en mayor o menor medida una memoria de esa búsqueda frustrada, y una rememoración de sus mejores jeringazos. Aunque generalizado, este procedimiento es un error descomunal.
4. La literatura que merece la pena analizar no tiene apenas público. Porque precisamente aquella que atrae al público es la que está hecha para sumergirse en la lectura, vivir en un mundo imaginario, y no romper la magia descubriendo sus entretelas. Durante un tiempo estuvo de moda criticar a ese público que desea la inmersión en la obra; a mí en cambio esa me parece la experiencia más sagrada que puede ofrecer la literatura, y la crítica no tiene nada que hacer dentro de esta actividad, excepto como epígrafe. La buena crítica literaria, es decir, aquella que no te dice lo que tienes que comprar, sino que analiza la obra, destruye el mecanismo astral del viaje imaginario. Solo puede interesar, por tanto, a otros lectores analíticos, que suelen ser también lectores ávidos. Son poquísimos, pero de verdad que no existe otro público al que merezca la pena dirigirse.
5. Los mejores críticos han sido ensayistas y académicos que jamás se han sometido a la tutela de un redactor jefe ocupado de cuadrar el círculo para adaptar sus reseñas a un estilo comercial. La buena crítica tiene su propio código, y está dirigida a gente que lo conoce. Se puede escribir con más sencillez, prescindiendo de todo ese aparato teórico, pero eso solo se justifica como medio para atraer a un público que busca, muy a menudo, periodismo amarillo. La tentación de usar esas técnicas de simplificación y sensacionalismo es grande, porque asegura mayor éxito. En muchos aspectos, sirve para producir la versión letraherida del chismorreo pueblerino que fascina a los españoles por encima de cualquier otra cosa. Sin embargo, existe un pequeño grupo de lectores que sí es capaz de esforzarse para leer una crítica teórica, y ese es el único público al que uno debe dirigirse. Susan Sontag, Linda Hutcheon, Roland Barthes o Bakhtin nunca escribieron sus textos como diversión para frívolos sino para aquellos dispuestos a dedicar un esfuerzo a entenderlos. Su público empequeñece por momentos, pero no hay otro que importe.
6. No es verdad que la crítica teórica sea elitista, mientras que la periodística sea “popular”, ya que las élites intelectuales hace ya muchísimo tiempo que dejaron de corresponderse con las élites económicas en España. Sentirse parte de una “élite cultural” es pomposo y arrogante. En realidad, se escribe para un grupo de marginados, un grupo de freaks que viven en un submundo de conocimiento y profundidad maravillosos, se escribe para miembros de una especie de secta secreta o logia escondida tras las losas musgosas de una catacumba, la catacumba del pensamiento crítico. Los lectores de teoría crítica no se encuentran en la cúspide de nada; se encuentran, simplemente, al margen de todo. El buen crítico debe aceptar que esos son los únicos lectores y ese es el único lugar que verdaderamente tiene interés conquistar. Todo lo demás, es ceder a las tentaciones arriba expuestas, tentaciones que tienen que ver con necesidades animales y patológicas, y no con las más bellas e inútiles necesidades del pensamiento.
7. La inmensa mayoría de los libros será olvidada en dos o tres meses, cuando se acabe su promoción y se retiren de las librerías. La misión más recurrente de la crítica en estos años ha sido intentar que eso no suceda; por ello nos deshacemos en elogios para alertar al mundo de que ha ocurrido algo excepcional en el ordinario discurrir editorial. Eso ha acabado creando una burbuja  de laudatios, que hace que todos los libros y autores sean anunciados como los mejores de su generación, del año, los más prometedores, alta literatura y etcétera; la única opción digna hoy en día es operar al margen de esa burbuja, evitando como la peste cualquier laudatio. Tal cosa resulta harto difícil, por un noble y sincero y impulso; el de querer salvar un buen libro del torrente de novedades que apenas nadie lee y mucho menos compra. Sin embargo, es una batalla perdida de antemano, precisamente porque todas esas loas se han vuelto tan baratas y desgastadas como la metáfora “tus ojos son dos luceros”. El crítico debe renunciar a cualquier misión de salvar un libro de la quema, no porque la misión no merezca la pena (que la merece), sino porque ya no es posible. La crítica debe ser escrita con total desentendimiento del destino del libro.
8. Hay que consagrarse al compromiso de honestidad y fidelidad a la verdad que durante milenios ha guiado a las Humanidades hacia el buen camino; especulación y abstracción serán herramienta básicas de la crítica literaria, tanto como su compromiso de búsqueda del conocimiento, que es lo único que puede salvarnos (de ahí la necesidad de encontrarse anímicamente templado, pues el único laboratorio posible, nuestra cabeza, debe encontrarse en las condiciones más asépticas). La obra posee múltiples sentidos, sí, pero la búsqueda debe nacer de un genuino interés por desentrañar el sentido, y así afrontar la complejísima misión de expresarlo con la precisión más elegante. Los grandes críticos hacen de la verdad su estilo literario.
9. Las críticas literarias no son las escalinatas de subida a las instancias de una novela; la crítica debe ser completa en sí misma, y debe aspirar a colmar al lector. La crítica puede verse como un esquema sintético que ofrece la información más relevante a un grupo de freaks maravillosos obsesionados con el hecho literario. Si el crítico ha hecho adecuadamente su trabajo, esos freaks sentirán que ya ni siquiera hace falta leerse el libro.
10. Para que la crítica sea leída (y no digo leída por las masas, sino por esas docenas de freaks maravillosos) debe guardar relación con la actualidad. Y la actualidad de la literatura la marcan los lanzamientos editoriales. Se trata, por tanto, del comentario de la suma de un evento artístico y un evento mercantil. No puede leerse igual el libro de una tipa que acaba de estrenarse en una editorial indi, que el de un dinosaurio al que están promocionando gratis en todos los medios de comunicación. No, porque el libro aún no pertenece a la historia, y posiblemente tanto la indi como el dinosaurio mueran cuando acabe su momento en las librerías y los medios de comunicación. Hasta entonces, toda su recepción (es decir, toda su transmisión de sentido) vendrá condicionada por las sugestiones que acompañen su lanzamiento. La primera frase del libro siempre la escriben otros; la fajita donde los editores copian las mutilaciones descontextualizadas de críticas pasadas; los textos promocionales que siempre colocan al escritor entre los mejores de algo; el propio precio del libro, la editorial. Y por ahí hay que empezar, porque todo ello condiciona el sentido de la obra, y debe ser tenido en cuenta.

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